viernes, abril 28, 2006

Rescatando al soldado Oryan en el Cerro Navia profundo.

Hace pocos días, mientras trabajaba, me contaron una historia. Se trataba de un conquistador español que vino a América en el siglo XVI. Este tipo venía con sus huestes por la selva peruana y repentinamente entre la espesa vegetación se perdió. Estuvo años sin que lo encontraran. Se unió a una tribu de aborígenes, aprendió sus costumbres, su dialecto y también sus tradiciones. Era uno mas del clan indígena. Cerca de ocho años después de que se separara de su comitiva fue encontrado por sus ex compatriotas y, según lo que cuenta la historia, se reintegró a la milicia de la corona como si nada hubiese pasado. Era el PERDIDO VILLAGRA..

A comienzos de esta semana, conmemoramos la despedida de un buen amigo en Providencia. Partió a buscar su destino al país más nórdico de América. Estuvo bueno, un encuentro de esos más bien recatados pero que tienen un valor especial. Conversamos, cantamos y despedimos a este personaje. Había buen vino, su cuota de ron y también completos. Algo tranquilo con buenos amigos..

Agotado por el cansancio del día y la verdad un poco triste por la partida de un buen partner, emprendí el viaje de regreso a casa. La noche no estaba tan fría como lo iba a estar horas después. Caminé a Providencia, como eran alrededor de las doce y media de la noche, tomé una micro de acercamiento hasta Las Rejas. Iba cerca de Plaza Italia y el sueño me estaba venciendo, empecé a cabecear y me quedé dormido. El peor error en lo que va del año. Había sido un día arduo y caí vencido, dormí profundamente.

Silencio. Descanso. Pensamientos. Inconciencia y subconciencia.

Al rato desperté y grande fue mi sorpresa al observar que el microbus ya no iba por la siempre atochada Alameda sino por calles oscuras y desconocidas. Ya no habían paraderos de Transantiago, sino que polvorientas veredas, escasez de luz y un ambiente que olía a turbiedad.

Me bajé de inmediato, no sin antes consultarle al conductor si habían micros de vuelta o si el mismo me podía encaminar a un lugar mas transitado y principal. En ambos casos la respuesta sería negativa. Sería el comienzo de un espiral de fatídicos hechos que me harán recordar aquella noche como una de las peores de los últimos años.

Al bajarme una sensación recorrió mi cuerpo. Era un cúmulo de inseguridad, miedo y reproches a mí mismo por aquella irresponsabilidad. Sobrio y con frío, comencé a activar los métodos de sobrevivencia, cual McGyver en una encerrona.

Le pregunté a un cuidador de un estacionamiento en que lugar estaba, cuales eran las calles de referencia. “Diagonal Reny con La Capilla, usted anda perdido no es cierto” me contestó, para luego agregar una poco auspiciosa respuesta “Yo no sé que va a hacer solo por aquí”. Por suerte siempre he tenido cierto sentido de orientación (en términos geográficos, no va a faltar el que diga, vos po si erís mas perdido) y por unos mapas en la guía conocía cardinalmente donde estaba y donde tenía que ir. Era el Cerro Navia más profundo con todo lo que esto conlleva, en el extremo poniente de Santiago, al lado del río Mapocho. Sabía la dirección que debía tomar, pero no por las calles por donde debía ir, considerando que estaba en uno de los sectores más malignos de la capital. (nunca me ha gustado estigmatizar, ni marcar la diferencia entre las clases sociales, pero vayan para allá con miedo solos y perdidos un día en la madrugada).
El caballero del estacionamiento me dio un par de indicaciones y emprendí la travesía. Calles oscuras, polvorientas y si hubiera que catalogarlas por colores, eran grises y negras, como una opaca noche de invierno.
Por fuera, un hombre decidido, raudo y con pose choriza. Por dentro, estresado por el miedo y la angustia por llegar. Gente en las esquinas que no me daban mucha confianza, yo mirando siempre adelante, caminando rapidísimo y haciendo oídos sordos a lo que pudieran comentar. Llegué a una esquina, no se veía gente, un alivio. A un costado, la Avenida La Estrella que en más de 30 cuadras de poblaciones duras me llevaría hasta San Pablo, parte del camino a mi hogar. Hacia el otro costado, el camino fácil, el camino del lobo.
Más allá de una cancha de fútbol, un peladero y el río Mapocho, todo en misteriosa penumbra, se divisaba imponente el coloso de concreto que es la Costanera Norte, una autopista del primer mundo incrustada en el tercer mundo, era mi salvación express. Era cosa de encontrar una pasarela que cruzara el lecho del río y luego me iría trotando por la costanera, hasta Vespucio y luego Maipú (ojo que esta idea fue fruto del estrés y las ansias del momento llegar a mi destino por esa vía, serían más de 12 kilómetros). Encontré un cruce y me lancé a la vida. Me dirigía a la pasarela cuando se enciende la alarma, al final de la cancha por la que iba cruzando, había un grupo en una fogata en actitudes poco claras. Inmediata media vuelta y oídos sordos a lo que decían. Tendría que tomar el camino largo a través de las poblaciones.
Caminé, caminé y caminé. Mis pies hechos bolsas, mas que por la distancia recorrida por la tensión con que andaba y que trasladaba íntegramente a mis extremidades. Luego de un rato, divisé un paradero, siempre raudo y directo, no me percaté de una mujer que se venía acercando desde la parada. No le tomé atención hasta que me abordó, claramente angustiada y choriza al máximo, como se debe ser en los sectores marginales para que los demás no se sobrepasen. “Flaco una monea”, no, no tengo. “Flaco una monea”, no, no tengo. “Flaco una monea”, no, no tengo. Como en todos estos casos el sistema es una bola de nieve, en cada intento aumentan la tensión, el volumen, los movimientos y la pose amenazante. Hasta que se me acercó demasiado con actitud de ir directamente al choque. Le pasé 200 pesos y se calmó, hasta me dio las gracias y me quería meter conversa. “¿De aonde erís?” silencio, “¿pa donde vay?” , a ver a mi pierna que está esperando, mentí, con su mismo tono, y la angustiada quedó atrás.
Seguí caminando, el frío ya calaba los huesos a pesar de estar en constante movimiento, a esas alturas de la noche una transpiración helada recorría mi cuerpo. En el fondo, otro grupo de flaytes, en actitud de espera. Soldado que arranca sirve para otra batalla pensé y di media vuelta. Me metí por unos pasajes que en mi vida se me hubiera ocurrido entrar para evitarlos y no sirvió de nada. Salí muy cerca de ellos.
Caminé derechito no más y muy apurado. Quizás ahí estuvo mi error. “flaco una moneita”, dijo uno de los integrantes del grupo mientras se me acercaba y caminaba al lado mío. El resto caminaba unos metros mas atrás. No flaco, no tengo respondí con seguridad. Siguió insistiendo, miré bien, y era macheteado, un poco mas bajo que yo, con esa cara de angustia de los que hacen cualquier cosa por la pasta base y acercándose cada vez más a mi mientras gesticulaba con las manos, típico de hampon.
“Ya poh flaco una monea, como no vay a tener” mientras seguíamos caminando, él ahora a unos centímetros de mi, gesticulando amenazadoramente y el grupo observando atrás. -Putah hermano-, le dije, -la dura que no tengo-, y como siguió insistiendo le dije, -hermano voy terrible apurao, mi pierna me espera en la casa, pero ya toma te voy a pasar la plata de la micro (alrededor de 400 pesos, ya no me quedaba más). Acto que hice esperando que se calmara la situación. Pero no sirvió de nada. Por el contrario su actitud se encrispó y siguió preguntando si tenía moneas mientras movía mas violentamente sus brazos. Hermano, de verdad te pasé lo último, voy terrible apurao, pero putah te paso el polerón si querís” ya viéndome totalmente amenazado cagao de miedo y pensando que no salía de esa cuando la cosa se puso peor.
“Que creis, que te voy a asaltar, si quiero moneas no mas”, al momento que el grupo de mas atrás se acercaba precipitadamente a mí, el flayte metió las manos a sus bolsillos como queriendo sacar algo y se abalanzó sobre mí. De verdad que temí por mi vida en esa fracción de segundos. Los weones me podrían haber matado ahí mismo si hubiesen querido y mi cuerpo no hubiera aparecido más, a lo Hans Pozo. Así que en esa horripilante y agotadora fracción de segundos, atiné a correr a lo Sebastián Keytel. Literalmente en mi cabeza había solo un “conchesumadre estos weones me van a matar” mientras corría. Me persiguieron una cuadra mientras el loco me decía “pero weon si no te quiero asaltar”. Corrí como 800 metros en un minuto, si hubiese sido cronometrado hubiese sacado record nacional, de hecho así deberían entrenar los velocistas chilenos.
Al descansar ya no había nadie, solo oscuridad y un par de perros vagos que me hicieron compañía. A esas alturas de la noche la oscuridad fue un pequeño refugio. Ya cruzaban pensamientos existenciales en mi cabeza y la certeza de que eso no debía volver a ocurrir, era lo único claro que tenía en mi cabeza.
En una esquina un poco más tranquila me topé con una zapatilla de carabineros, les conté de mi situación y les pedí si me podían dejar en un sitio un poco más seguro. “Estamos en otra cosa” me dijeron. Sólo atinaron a indicarme el camino más seguro al metro Las Rejas, camino que por cierto no era el más tranquilo.
Ya ansioso por llegar a la casa, caminé y caminé y caminé. Ya nada importaba solo caminar, con mucho frío, los pies hechos bolsas y dolor de huesos. Luego de caminar más de 80 cuadras desde que bajé de la micro. Llegué a Alameda a la altura del Metro Las Rejas. Eran las cuatro y media de la mañana, yo sin dinero, ni siquiera había gente, para que hablar de micros, si finalmente tomé una un cuarto para las siete de la mañana, más de dos horas después de llegar al paradero y cerca de 7 horas después de bajarme de la micro. Por cierto, ya estaba de día, me subí en un transantiago que abrió sus puertas traseras me subí me senté y no pagué. Después de mi odisea ya no andaba para explicaciones.
Llegué a mi casa a las ocho de la mañana, destruido. Antes de acostarme revisé mis bolsillos. Durante toda la noche salvé el Pendrive que me habían regalado en navidad y que por cierto fue testigo de toda esta tamaña odisea.
Moraleja. NO quedarse dormido en la micro. El resto, puro instinto de supervivencia.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

cuando nos vamos de carrete????

11:48 p. m.

 
Blogger Santa Carmela said...

si hay algo que he aprendido leyendo tu blog, es ha despertar...
la verdad es q elsueño se apodera de mi en los lugares mas insólitos...la micro es mi preferido...
ahora trato de hacerlo menos...

Gracias Pablito por favor concedido...
cariños!

10:47 a. m.

 

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